Un cristiano genuino y verdadero sí peca. No existe una vida tan perfecta en la que una persona pueda ser capaz de cumplir entera y completamente todos y cada uno de los perfectos mandamiento de Dios. Sin embargo, hay una seria advertencia que hay que hacer en este punto: el hecho de que la perfección según la moral de Dios nos resulte irrealizable no significa que exista una justificación para pecar. Por el contrario, la Biblia es clara al indicar que debemos buscar “ser perfectos” como el Padre Celestial (Mateo 5:48).
El hecho de que no podamos vivir perfectamente no significa que no debamos intentarlo según la gracia de Dios en nosotros. Pero la búsqueda de esta perfección tiene que ser una empresa madura en la que el cristiano esté consciente de su constante necesidad de gracia, y en donde pueda saber que cualquier cosa que realice debe hacerla en el amor y el temor del Señor. Delante de Dios somos perfectos en Cristo, pero buscamos mediante la santidad progresiva la perfección práctica aunque sabemos que mientras vivamos en este cuerpo no podremos alcanzarla. Por eso Pablo escribía: “Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación” (2 Corintios 7:1); y también aclaró después de treinta años de convertido: “No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí” (Filipenses 3:12).
¿Cómo es que buscaremos la perfección si en esta vida es imposible conseguirla? La respuesta es sencilla: buscamos estar cada vez más alejados y libres del pecado porque eso es lo que dice la Biblia que debemos hacer.
Dejar de pecar es conseguir ser más parecidos al Señor, pero si pecamos eso no significa necesariamente que dejemos de ser cristianos o que ya hallamos perdido toda la madurez espiritual alcanzada. Dice el apóstol Juan: “Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo , el Justo” (1 Juan 2:1). Dentro de nosotros –los cristianos- existe todavía la capacidad de vivir experiencias apartados de Dios (vieja naturaleza), pero nuestra diferencia con las personas no regeneradas estriba en que existe en nuestra vida un nuevo poder santificador celestial (nueva naturaleza) que domina nuestro corazón y guía nuestra mente y voluntad por el camino del bien y del amor cristianos. Por eso la gente incrédula no comprende como es que los cristianos verdaderos pasan tantas horas en la lectura de las Escrituras, la oración o la comunión con los hermanos.Conviene terminar citando ampliamente la carta a los Hebreos: “Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (12:1-2).







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